En los rincones más profundos de la historia eclesiástica, encontramos figuras que, con su sabiduría y dedicación, han dejado una huella imborrable en la espiritualidad y el pensamiento humano. San Jerónimo, el ilustre traductor de la Biblia al latín y uno de los Padres de la Iglesia, es una de esas figuras cuyos pensamientos han trascendido el tiempo. Su legado no solo se manifiesta en textos sagrados, sino en frases que reflejan su profundo entendimiento de la fe, la vida y la condición humana. Adentrémonos en este viaje por las frases más emblemáticas de San Jerónimo y descubramos juntos la riqueza de su pensamiento.
17 Frases de San Jerónimo
«Mantente activo, así el diablo te encontrara ocupado.»
«Para un creyente, mentir y ser engañado son vicios de similar magnitud.»
«Ignorar los textos sagrados es como desconocer la esencia de Cristo.»
«Tu fe dicta el rumbo de tu vida; Si tienes fe…, nada te será imposible.»
«De entre las espinas se saca la rosa».
«No aspirar a ser el mejor es un delito.»
«Una amistad que puede romperse, nunca fue auténtica.»
«Me esfuerzo día a día para disfrutar de momentos de calma.»
«Que tus acciones respalden tus palabras; que nadie pueda cuestionarte por no actuar conforme a lo que predicas.»
«El amor no se puede comprar y el afecto no tiene precio»
«El semblante refleja lo que piensas, y una mirada puede revelar lo que sientes.»
«Comienza hoy a ser quien quieras ser en el futuro.»
«Un sabio medita antes de hablar.»
«A veces, encontrar la paz interna alivia el sufrimiento físico.»
«Al rezar, te comunicas con Jesús; al leer sus enseñanzas, es Él quien te guía.»
«Valora los textos sagrados y la sabiduría te acogerá; cuídala, y te protegerá como un preciado tesoro.»
“Necesitas tiempo para buscar un amigo, rara vez lo encontramos y es difícil conservarlo”
La vida de San Jerónimo
San Jerónimo realizó una valiosa traducción de la Biblia del griego y hebreo al latín. El 30 de septiembre se celebra su santidad y es venerado como el patrono tanto de Croacia como de Medellín.
Nacido en Estridón cerca del año 347, Jerónimo creció en una familia devota que valoró su educación, enviándolo a Roma para que ampliara sus conocimientos.
En su juventud, mientras se sentía tentado por las distracciones del mundo, también surgía en él un fuerte interés por la fe cristiana. Aproximadamente en el año 366, fue bautizado y decidió adoptar un camino más espiritual, uniendo fuerzas con un círculo de católicos apasionados.
Posteriormente, viajó al Oriente y eligió una vida de retiro en el desierto cerca de Alepo, en Siria. Durante este tiempo, se sumergió en sus estudios, profundizando su dominio del griego y comenzando su aprendizaje del hebreo.
Su retiro y constante reflexión sobre las Escrituras lo llevaron a una profunda transformación espiritual. Reconoció los deslices de su juventud y notó el claro contraste entre las costumbres paganas y los principios cristianos.
En 382, Roma lo recibió. Allí, el papa Dámaso I, impresionado por su dedicación y sabiduría, lo designó como su secretario y confidente. Jerónimo fue incentivado a realizar una traducción latina actualizada de la Biblia para atender necesidades pastorales y culturales. Además, orientó y aconsejó a distinguidas damas romanas en materias espirituales.
Tras el fallecimiento del papa, en 385, Jerónimo inició un viaje sagrado, visitando primero Tierra Santa y luego Egipto. En 386 decidió establecerse en Belén, donde se fundaron dos monasterios y un albergue para los visitantes de Tierra Santa.
En este lugar, dedicó su tiempo a reflexionar sobre las Escrituras, a defender la doctrina cristiana, a contrarrestar ideas heréticas, a formar a jóvenes y monjes, y a recibir a quienes peregrinaban. Finalmente, el 30 de septiembre del 420, San Jerónimo falleció en Belén, en un pequeño cuarto cercano a la gruta donde se dice que nació Jesús.